Wednesday, September 11, 2013

¡QUÉ DOLOR, QUÉ DOLOR, QUÉ PENA!...


 Por Arnaldo Calvo Buides

Juraría que así dice un músico salsero en una de sus canciones. Quisiera acordarme de quién se trata, pero la verdad que no lo logro. Tal vez porque no soy muy dado a la música. Es eso. Y no es que sea un neófito en la materia ni mucho menos, pero como tal no es mi fuerte.
Pero de lo que sí tengo certeza ahora mismo es que aquel día,...
durante una de las rondas de un torneo de ajedrez realizado en la ciudad de Matanzas (Cuba), mi rival de turno fue eso lo que sintió: dolor, dolor y pena.
Los dos andábamos en apuro de tiempo. Escasos minutos nos quedaban en el reloj, por lo que jugábamos a la velocidad de un cohete…
¡Tiempo!, de pronto se escucha la voz del árbitro. Mi adversario había perdido, pese a haber sacado una ligera ventaja en medio de tanto tropelaje.
Yo suspiré, imperceptiblemente. Gané, qué bien, me dije. En tanto, aún sin extender la mano, esperaba el formal saludo que se realiza al comienzo y fin de una partida de ajedrez. Pero, no sucedió.
Resulta que mi contendiente, malhumorado por lo acontecido, arremete contra la mesa de juego. Da un puñetazo y se pone a balbucear consigo mismo, como que no creía lo sucedido. Y ni hace por al menos saludarme, reconocer que había perdido, por las causas que hayan sido.
Yo, simplemente me levanté y lo dejé ahí. Por cierto, un amigo mío que presenció todo, me lo comentó, sobre el desaire manifiesto de aquel.

No todos los ajedrecistas son capaces de controlarse luego de sufrir una derrota. Que se asuma parsimoniosamente, y que acto seguido se analice en qué momento ocurrió el error. Eso sería lo ideal, digamos, hablando teóricamente. Pero la práctica es otra cosa.
Recuerda Orestes Pérez, entrenador en el municipio Jagüey Grande (Matanzas-Cuba), que tuvo un alumno que en sus inicios, en la categoría pioneril y escolar, cada vez que perdía una partida solía apoyar sus manos sobre la mesa de juego, y encima de ésta su cabeza, y a llorar se ha dicho. No atinaba a más nada.
El árbitro de ocasión tenía que avisarle a Orestes, para que lo levantase de allí y se lo llevara afuera del salón de juego.
Ese alumno del que les hablo no es más que Yohandy Denis Silva, quien pronto se convirtió en un promisorio atleta, con loables resultados a su haber, como el de titularse campeón provincial en la categoría 13-14.
Cierta vez, el Maestro Nacional jagüeyense Noel Martínez Socorro me contó de un ajedrecista cubano que cuando perdía una partida alguna que otra vez la emprendía contra la pared. Pues sí, le sonaba un fuerte puñetazo, mientras maldecía el descalabro sufrido.
Julio ¨El Tiburón¨ Fuente, ajedrecista cubano, es uno que se las trae cuando de caer abatido se trata. Y es que él nunca está perdido. Pues sí, es difícil que no le diga al oponente una archiconocida frase suya: ¨Estabas perdido…¨, o esta otra: ¨Eso era tablas…¨
Él no acepta perder, por eso llueven las justificaciones cuando le sucede. Y entonces, luego post-morten se pone a hacer análisis que a veces hasta provocan risas, pues solo tiene en cuenta sus posibilidades, y no las del otro.
Ahora que abordo este tema, de la reacción de algunos trebejistas al ser superados, me viene a la mente otro ajedrecista cubano, Lázaro Pozo. Éste tenía una forma muy propia de exteriorizar su molestia ante un desliz. Simplemente, la tomaba contra su planilla de anotación. La hacía añicos, entre sus manos. ¿Qué les parece?
Dijo el Gran Maestro cubano y ex campeón mundial José Raúl Capablanca (1888-1942), que ¨de pocas partidas he aprendido tanto como de la mayoría de mis derrotas.¨
Una derrota duele, pero debemos ser capaces de sobreponernos a la misma. Verla como una experiencia más en nuestras carreras deportivas. Y sobre todas las cosas, la ética del ajedrecista jamás debe pasarse por alto, tal como ocurrió en aquel encuentro en el que mi rival de turno al perder, tras rebasar el límite de tiempo, no extendió su diestra en gesto de despedida.

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