Por Lic. Arnaldo Calvo
Buides
No recuerdo haber visto
alguna vez sonreír a Chuchi. El era un tipo muy serio. De tez blanca, mediana
estatura, un gran bigote, hablar y caminar lentos, esta es la imagen que
conservo de este hombre quien fuera el director del Preuniversitario en
el Campo Máximo Santiago Haza (J-4), en Jagüey Grande (Matanzas, Cuba),
donde mi hermano gemelo Nibaldo y yo estudiamos a principios de los 90´.
Muchachos al fin, hicimos una
que otra trastada. Pero fugarse de la escuela ya eran otros cinco pesos. Con
solo pensar el mal rato que uno pasaría si te atajaban….pero aquel día yo
estaba decidido a todo.
Entonces, ya me había prendido
el bichito del ajedrez y una semanas atrás en el periódico Girón una
noticia me atrapó: el 28 de abril (1991) a la 1:30 p.m el Gran Maestro
matancero Reynaldo Vera realizaría una simultánea ante 130 jugadores en la sala
José White, de la ciudad de Matanzas.
Sería un intento por romper el récord nacional en poder del fallecido Maestro Nacional Francisco Planas, quien en 1933 dirimió ante 113 contendientes.
“Voy a participar”, me dije,
no sin antes sentir cierta impresión por el hecho de tener por primera vez
tablero mediante a un Gran Maestro.
La fecha escogida para la
trascendental actividad caía un día entre semanas, por lo que se me dificultaba
participar al encontrarme becado. Descarté la variante de pedirle permiso
a Chuchi. No me atrevía. Quién sabe si me hubiera autorizado, pero
bueno…lo cierto es que opté por darme a la fuga la noche anterior. Y así,
dormiría en mi casa y apenas amaneciera iría hacia Matanzas, para enfrentarme a
Vera.
Así hice, tal como lo calculé.
Y a la 1:31 de la tarde del 28 de abril de 1991 ya me encontraba entre los 130
trebejistas que lidiaban contra el GM. ¡No me lo creía!
Le planteé la defensa
Siciliana. Era lo que yo mejor jugaba contra el peón Rey. Desde el mismo
comienzo la posición se tornó interesante, con cierta igualdad para ambos
bandos. No me iba nada mal.
Mientras tanto, transcurrían
las horas. Las 3, las 4, las 5…y yo seguía ahí enfrascado, y la partida
enrumbaba hacia el medio juego con total equilibrio. Las 6, las 7…se
acercaba la noche y ya éramos pocos los que aún nos manteníamos en vida. El
resto había concluido, la mayoría abatidos por el GM.
Por tal motivo, se me iba
acortando más y más el tiempo de pensar entre movida y movida. Porque según
dictaminan las reglas de las simultáneas, cada jugador debe efectuar su
correspondiente jugada nada más que el simultaneísta se encuentre frente a él,
y a su vez éste responderá seguidamente. Por tanto, a menor cantidad de
jugadores, con mayor prontitud se suceden las jugadas.
La noche hacía rato que se
había adueñado de la ciudad. Se aproximaba las 9 pm, y tras casi 8 horas de
juego, solo quedaba yo, frente al GM disputando la última partida, la 130,
récord para el país.
Entonces, tal vez producto
del cansancio, mi rival cometió un grave error que me facilitó la promoción de
un peón. “Dama”, pedí, y más la otra que tenía, ya eran dos (Vera tenía una
sola y sin compensación alguna). ¡Ahora sí que no me lo creía! Yo ganándole a
un Gran Maestro…
Pero, la alegría del
pobre…apenas el GM jugaba, quien, por cierto, había tomado una silla y se había
sentado enfrente de mí, uno de los organizadores del evento me exigía que
respondiera rápido, según lo estipulado. Una y otra vez me lo repetía, ante mi
desconcierto y algo de nerviosismo para tratar de encontrar qué hacer en tan
breve tiempo…
Pagué cara mi
novatada. En un abrir y cerrar de ojos se fue a bolina mi gran ventaja.
Primero perdí una de mis damas, y después quedé totalmente perdido… ¿¡ ?!
Los espectadores no comprendían cómo pude perder esa partida. Y yo
tampoco.
Ante la mesa quedé
aturdido, como si me hubieran echado un jarro de agua fría en la cara..
Solo me quedaba el
regreso a casa. Me esperaba dormir en la Terminal de Ómnibus de Matanzas, a unos 80 kilómetros de la
casa, hasta el amanecer del día siguiente en que saliera algún autobús hacia
Jagüey Grande. Después, mover las piezas para incorporarme a la escuela sin ser
descubierto. Tal como hice.
Ya han pasado 20 años de este
singular hecho, en el que el Gran Maestro Reynaldo Vera obtuvo 95
victorias, entabló 20 y perdió 15. Y aún siento mucho aquella partida que
perdí ante quien luego se convirtiera en el protagonista principal del libro
que mi hermano Nibaldo y yo escribiéramos y fuese publicado en México en
el 2008 bajo el título: Reynaldo Vera: Gran Maestro del centenario.
Pero, a modo de
consuelo, pensándolo bien, no es menos cierto que en aquel lejano abril de 1991
entonces también enfrenté (y gané) otra partida tan difícil como esta: me le
fugué a Chuchi y nunca se enteró.
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