Por Lic. Arnaldo Calvo Buides
Yo perseguía la sección de ajedrez de la longeva revista cubana Bohemia. Es muy amena e instructiva, por ello conservo incontables recortes de la misma, y alguna que otra vez he acudido a éstas para reproducir la partida de turno.
Aunque lamentablemente no la tengo en mi poder, en una ocasión se publicó un comentario con un titular, pero tan sugerente, que a estas alturas aún me sobresalto por la certeza del columnista al ocurrírsele el mismo.
Las armas de Asela. Este fue el título que encabezó aquel material dedicado a la Maestra Internacional villaclareña Asela de Armas, toda una institución en el mundo de las 64 casillas, quien reinó en la década de los 70´y 80´ en campeonatos de Cuba y asistió a varias Olimpiadas Mundiales, entre otros torneos de interés.
Las armas de Asela, además de ¨jugar¨ con el apellido de la trebejista, de momento deja a uno con hambre de devorar las siguientes letras. Y es que uno se interroga: ¿Cuáles son esas armas de Asela?
El título en los trabajos periodísticos deviene un gancho indiscutible para atraer a los lectores. Es lo primero que se visualiza antes de sumergirse o no en el contenido que sigue.
Un buen título arrastra al lector, lo invita a que prosiga la lectura del material. Claro, si éste no responde a sus expectativas, no quita que de inmediato lo abandone. Pero, no es menos cierto que el título cumplirá su función de incitador, que motivará a husmear más allá, poco o mucho, que el simple titular.
Es muy importante que los trabajos periodísticos de ajedrez lleven implícito, cual valor agregado, un título que cautive, que enamore, tal dos colegiales que recién romancean y sienten la necesidad de conocerse más a fondo.
Yo he sido muy cuidadoso con los títulos en mis escritos periodísticos. Y es que estoy claro de cuánto significa el mismo para ganar lectores. De hecho, modestia y aparte, mientras fungía como periodista en Cuba merecí el premio como mejor titulista en uno de los concursos Provinciales de la prensa Escrita.
Kevel ya no es callejero, conformó el conjunto de títulos que presenté al jurado de ocasión. Es una entrevista concedida en el 2006 por el ahora Maestro FIDE Kevel Oliva Castañeda, quien entonces solo contaba con 11 años.
El niño narra que a los 9 apenas sabía mover las piezas de ajedrez, pero un primo lo enseña y para asombro de todos a la semana y media ya le gana partidas a éste.
Y pronto se convierte en noticia en el barrio por sus victorias contra ¨ jugadores callejeros¨, con lagunas en los conocimientos técnicos, igual que él.
Este título, Kevel ya no es callejero, también posee su doble sentido, pues tal vez de súbito alguien piense que se trate de un niño que antes fuese callejero, de la calle, ¨mala cabeza¨, al decir de los cubanos, pero que ya no lo es.
Sin embargo, no es así. Es un prospecto ajedrecista que, incorporado a una academia y disponiendo de un instructor, fue aprehendiendo los conocimientos técnicos suficientes para cosechar innumerables éxitos. Ya no es callejero, en argot ajedrecístico.
¡Jaque mate, Chuchi!, así titulé una crónica mediante la que describo cómo, a escondidas del director de mi escuela (Preuniversitario en el Campo Máximo Santiago Haza (J-4), donde mi hermano gemelo Nibaldo y yo estudiamos a principios de los 90´, participé en una simultánea contra el Gran Maestro Reinaldo Vera.
No recuerdo haber visto alguna vez sonreír a Chuchi. El era un tipo muy serio. De tez blanca, mediana estatura, un gran bigote, hablar y caminar lentos, esta es la imagen que conservo de este hombre.
La fecha escogida para la trascendental actividad caía un día entre semanas, por lo que se me dificultaba participar al encontrarme becado. Descarté la variante de pedirle permiso a Chuchi. No me atrevía. Quién sabe si me hubiera autorizado, pero bueno…lo cierto es que opté por darme a la fuga la noche anterior. Y así, dormí en mi casa y apenas amaneció me dirigí hacia Matanzas (a unos 80 kilómetros), para enfrentarme a Vera.
Tras duro batallar, caí derrotado por el Gran Maestro Vera. Pero, a modo de consuelo, no es menos cierto que entonces también enfrenté (y gané) otra partida tan difícil como esta: me le fugué a Chuchi y nunca se enteró. Le di jaque mate.
Solo espero que el título que dio pie al presente trabajo (Gancho al mentón) haya sido todo un gancho periodístico y lo haya motivado a la lectura íntegra del mismo.
Ah!!!, y que me perdonen si alguien, guiado por el título, pensó que yo vendría a hablarles de boxeo, y no precisamente de ajedrez.
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