Por Lic. Arnaldo Calvo Buides
Excelente árbitro de
ajedrez, de categoría internacional. Ha viajado a no sé cuántos países para
impartir justicia, incluyendo Olimpiadas Mundiales..., según decía a los presentes
(ajedrecistas, entrenadores y padres) antes del comienzo de un torneo infantil.
Precisamente, aquel día
estaba ahí para eso, para impartir justicia. Se dirigía a todos desde
el centro del amplio salón, mientras lo escuchábamos atentos; y yo,
también atento, escudriñaba en la vestimenta de aquella personalidad del
ajedrez.
Fue inevitable. Un chaleco
demasiado mugriento llevaba puesto, el cual contrastaba enormemente con su
disertación de afamado árbitro de categoría internacional.
En muchísimas ocasiones se
ha comentado que el ajedrecista que se respete no debe descuidar su vestimenta.
Y no se trata de exhibir un traje de cientos de dólares, lo último en la moda…,
simplemente, cuidar su porte y aspecto, solo eso. El árbitro también. El
árbitro no solo debe serlo, sino parecerlo, parafraseando aquella famosa frase
en latín Mulier
Caesaris non fit suspecta etiam suspicione vacare debet (La mujer del César no solo ha de ser honrada, sino parecerlo).
Este árbitro me hizo recordar la etapa en que me
desempeñaba como Corresponsal Voluntario deportivo (periodista deportivo) en mi
natal provincia Matanzas (Cuba), donde tuve un colega muy productivo cuando ir
tras las noticias se trataba. Cada año merecía algún premio o mención en los
concursos provinciales; pero era todo un fenómeno con su vestimenta: andaba mal
vestido, sucio, un desastre.
Tal cual se presentaba a las instituciones,
organismos y cuantos lugares fuese en busca de información. Y claro, inevitablemente,
al verlo con esa facha imposible que no lo desacreditaran, que no surgieran
desfavorables comentarios, las burlas…
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